A estas alturas es bastante evidente, así lo certifica la ciencia, que nuestra longevidad está determinada principalmente por nuestro hábitos y estilo de vida. La carga genética desempeña un papel relevante, pero no tiene tanto peso como se transmitía hace unos años. No hay una genética ganadora o perdedora sino principalmente unos comportamiento y decisiones que nos permiten vivir más años de forma saludable.
Se estima que la consecuencia de nuestros actos influye aproximadamente en un 80% por ciento sobre nuestra esperanza de vida por lo que tenemos mucho margen de maniobra si lo que queremos es morir jóvenes lo más tarde posible. Pero para ello hay que desterrar algunas ideas erróneas que todavía hoy están muy vigentes. Y mentalidades ciertamente caducas.
“¿Por qué la gente tiene tanto miedo o es reacia a vivir muchos años? Me di cuenta de que es porque cuando se proyectan al futuro, se imaginan en una residencia de ancianos, se imaginan en una silla de ruedas o imaginan pañales y dicen ‘yo no quiero eso’”.
Un hecho que al final hace que impere el mensaje de que es preferible vivir menos años con un buen estado de salud. Pero la realidad es que lo podemos tener todo. “Podemos llegar a los 90, 95 o incluso a los 100 años con salud, con autonomía y con buena calidad de vida, pero influye muchísimo lo que hacemos”, explica el experto, que explica “otra idea errónea”.
“Cuando hablamos de longevidad mucha gente piensa en empezar a cambiar hábitos a los 60, 70 y 80… Eso es un error porque al final tu estado a los 80, 90 o la última década de vida, por así decirlo, depende muchísimo de que lo hagas hoy, cuando tienes 25, 30, 45 o 50 años”, comparte el creador de Fitness Revolucionario.